miércoles, 26 de septiembre de 2012

Google maps


Por el escaso volumen de trabajo, eran codiciadas las guardias en ese pequeño consultorio de aquel pueblo que apenas superaba los dos mil habitantes repartidos en no más de siete calles.

A las 08:00 horas ya tenía en mi poder la lista de asistencias domiciliarias: Francisca Fernández, calle Nueva Nº 17, cura  talón derecho; Andrés Herrero, calle Caño Nº 5, inyectable Inzitan… y así hasta unos doce pacientes.

A las 08:50 horas aún buscaba la calle Nueva y a Francisca. A las 09:15 horas, hasta los cojones, me enteré de que la calle Nueva era conocida como la calle del Ayuntamiento y a Francisca se la conocía como “la Tuerta”. No hizo falta que le preguntase el nombre, me abrió la puerta una señora con un ojo verde turquesa que no iba a juego con el derecho, en su lugar un hueco.

 A las 11:15 horas ya había recorrido el pueblo no sé cuántas veces, a ver cómo cojones llaman a la calle Caño. Efectivamente. Esta era la famosa calle Arroyo, y Andrés no era Andrés era “el Corto” y vivía con su hermana “la Corta” que fue quien me abrió después de varios minutos de espera. “La Corta” era de dimensiones descomunales, una autentica dos por dos. El hermano, un oso panda depilado, yacía en calzoncillos en una cama aquejado de un dolor lumbar.

-       Corta, tráeme el medicamento, el Inzitan”.

Tardó varios minutos y se presentó primero con una ampolla de nolotil, después con otra de voltarem, hasta que decidí ir yo mismo a buscarlo. Encontré la caja con la leyenda: “pa pinchárselo a mi hermano cuando le duela el lomo”. En ese momento supe que lo de corta hacía referencia al nivel de entendimiento. “El Corto”, al bajarse los calzoncillos para administrarle el medicamento, me permitió ver una flora y una fauna desconocida por mí, creo que si esta zona se estudiase al microscopio tendría más bichos que una charca.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Mucho mejor


Mari Tere cumplía a raja tabla todos los mandamientos de su pueblo, que se transmitían de generación en generación, de madres a hijas:

Primero: Te casarás antes de los 30. Si es antes, mucho mejor.
Segundo: Tendrás un hijo a los 30. Si es antes, mucho mejor.

Tercero: Te casarás en la Parroquia de Santa Catalina. Cuantas más flores mejor.
Cuarto: Celebrarás tu enlace en Casa Paco (a tu servicio desde 1950). Cuantos más invitados mejor.

Quinto: Te comprarás tu traje de novia en Conchi Trajes de Novia y Madrina.

Pero Mari Tere, quería un traje mucho mejor, una boda mucho mejor, y por ello, a pocas semanas vista, decidió saltarse el cuarto y quinto mandamiento, celebrar su unión en el prado donde entregó su virginidad a su futuro esposo y comprar el traje en otro lugar.
La abuela casi hubiera preferido que su nieta fuese embarazada a la boda antes que saltarse el cuarto y el quinto mandamiento.

Todo listo, que empiece la celebración. Antes del segundo plato, la mala conexión de uno de los fogones provocó la intoxicación por inhalación de gas, primero de uno de los cocineros, después del otro , seguidamente, uno tras otro,  todos los camareros y por último los comensales de la mesa anexa a la caseta convertida en improvisada cocina, que no eran otros que la novia, el novio, los respectivos suegros y la abuela.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Prácticas con Aurelio


Corría el siglo pasado y 109 alumnos de 2º curso de enfermería esperábamos nerviosos e ilusionados conocer nuestro destino de prácticas, ese primer contacto con el paciente, esa posibilidad de aprender y aplicar los conocimientos adquiridos en esos dos años.

Lo tenía claro: quería un servicio especializado, un quirófano, una uci, unas urgencias; de ninguna manera esas plantas de medicina interna donde se acoplaban enfermos de edad avanzada.

Recordé aquellos ocho años de la extinguida E.G.B. en la que  cada curso escolar recibíamos la visita del cura del barrio que nos hablaba del hambre que pasaban los negritos en África y sorteaba veinticinco pegatinas del Domund entre los veintiocho alumnos. En esos ocho años jamás me toco una de esas pegatinas, no sé si era mala suerte o le caía mal al párroco. ¿Repetiría esa mala suerte?

Oí mi nombre y seguidamente mi destino: medicina interna.

Después de conocer los destinos nos entregaron un ridículo y pueril cuadernillo de prácticas donde a diario debíamos registrar una serie de ítems.

Encabronado empecé ese primer día de prácticas. Primera tarea: toma de tensiones arteriales a unos treinta abuelos; llevaría unas veinte cuando entré en una habitación ocupada por un solo paciente, Aurelio, de 87 años, apodado “el bolas”, cabeza redonda con calva reluciente, demenciado ,incontinente fecal y urinario, permanecía ajeno a mi conversación mientras le tomaba la tensión, con sus manos metidas por dentro del pañal alojadas en el culo. No había finalizado cuando, sin darme cuenta, saco su mano izquierda del pañal y me propinó una autentica ostia en la cara. Grité como una niña pequeña, lo que alertó al personal que acudió de inmediato. Lo peor no fue el bofetón si no su acompañamiento, una bola de mierda que perdió su forma al comprimirla entre mi cara y su mano.

Al llegar a casa registré a lápiz, con la finalidad de posteriormente borrarlo, en mi cuadernillo de prácticas: “Querido diario: hoy un anciano demenciado me ha enseñado que todo lo que he aprendido hasta el momento en enfermería es literalmente una mierda y que en enfermería la cosas se aprenden también literalmente a ostias, y todo ello en menos de un minuto”.

No recordé borrar ese comentario y la respuesta de la profesora no tuvo desperdicio: era un alumno troglodita y la formación había que buscarla. Le hice caso y desde ese momento dejé de asistir a su clase para buscar la formación en el único profesor digno de mi respeto: Aurelio, el bolas.

Jamás pensé que la mierda marcaría tanto mi destino profesional, en sentido abstracto y literal.

martes, 4 de septiembre de 2012

Niebla no es huérfano


De mañana, a las 06:15 horas, saliendo de casa y daba igual, que fuesen las y 15 ó 16 ó y 18;  me encontraría con mi vecina en el ascensor, como todos los días, acompañada de su mascota, un perro híbrido de chigua gua y rata, con uno ojo medio tuerto, medio estrábico, que nada más verme arrugaría su hocico y me lanzaría varias dentelladas.

Eso no me molestaba, lo peor era mi vecina: “mira mi Niebla huérfano, con el ojo malito, te ladra porque no le gustan los negritos…” Y yo estaba hasta los mismos cojones de explicarle que yo no era negrito ni morenito.

Al llegar al hospital, sorpresa, el médico de siempre de baja, en su lugar la sustituta. La saludé, me presenté y no obtuve respuesta, al rato giró su pescuezo, como la muñeca diabólica,  inició una mezcla de sermón-riña tipo médico-enfermero: “Te quiero decir en primer lugar y dejarte claro que el médico soy yo, que no me gustan los enfermeros que van de médicos.