La silueta de mi supervisor dibujada al otro lado de la cortina del box 8 de unas urgencias cualesquiera, al más puro estilo Alfred Hitchcock, venía acompañada de una buena nueva, y esto me olía igual que la fruta que me vendía mi ex frutero: a mierda. Justamente si algo tenían en común mi ex frutero y mi supervisor era eso, darme lo que sobraba, lo que nadie quería, la mierda.
El melocotón podrido se llamaba Protocolo de Reanimación Cardiopulmonar in situ. Un grupo de trabajadores, los más capullos, fuimos seleccionados para, una vez localizados a través de un busca, personarnos en ese lugar del hospital donde hubiese un paciente en condiciones críticas y no tuviese cerca personal médico. Esto sucedía en la sala de extracciones analíticas, en rehabilitación, etc…
Tras varios intentos frustrados de lectura consiguiendo mi record al llegar a la página 8 de 55, dejé el jodido protocolo y a su respetable madre en el cajón de los buenos propósitos, justo entre aprender ingles y apuntarme al gimnasio. Lo único que sabía es que yo, según mi protocolo, era el interviniente 2 (R-2).
Me di tanta prisa en leer el protocolo como en recoger el busca, cuando me decidí solo quedaba uno: una especie de transistor blanco con el volumen roto y a tope, funcionar funcionaba: piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii puuuuuuuuuuuuuuuuuuu (muy agudo), después una especie de rebuzno: iiiiiooooo iiiiooooo, un silencio y la voz de personal de centralita: “Prueba uno” silencio “P-1”.
Los siguientes 25 días el busca no dio señales de vida y por hablar el día 26 justo antes de responder al camarero de la cafetería del hospital “¿que con qué quiero la media?”, piiiiiiiiiiiiiii puuuuuuuuuuu iooooooo ioooo silencio “Código 1 en rehabilitación” … “C-1”.
¿Código 1? De camino a rehabilitación, me hice la misma promesa que cuando viajas al extranjero: cuando vuelva a casa aprenderé inglés, cuando vuelva a casa leeré el protocolo.
El espectáculo era dantesco. Un hombre con calzoncillos color carne, melena pelirroja y cuerpo cubierto de pelo, incapaz por su patología de poder hablar, emitía sonidos guturales y se intentaba zafar muy agitado de una camilla que estaba en plano vertical; dos celadores intentaban colocar la camilla, sin éxito, en su posición de origen y una enfermera hacia lo que podía; la doctora, con un busca último modelo miró despectivamente el mío: “¿Quién eres?”
Mi yo interior: “¿Yo? RD2D2, tú con la cara de frígida y esos pelos tienes que ser la princesa Leia y no hay que ser muy listo para adivinar que ese es Chewbacca y lo están torturando”.
La magina cinéfila se esfumó al grito de la enfermera: “¡¡desfibrilador!!”, por la mirada asesina de Leia adiviné que yo debía aportar ese aparato. Qué zorras repelentes, se habían leído el protocolo. Tarde lo mínimo en volver con un desfibrilador que ha juzgar por su peso y tamaño fue el primero que llegó al continente europeo.
Leia con muy mala leche: ”Eso ya no hace falta”. La cortina corrida alrededor de la camilla fue lo peor, al descorrerla una grata sorpresa Chewbacca estaba vivo y no solo eso, su cara rebosaba paz y felicidad y no era lo único que había cambiado en su estado también el color de sus calzoncillos de color carne a marrón chocolate, marrón que sobrepasaba el pernil de su ropa interior y se extendía por sus piernas, la camilla…
Ese día aprendí:
- R-2 tiene que llevar el desfibrilador.
- Si al desfibrilador le quitas las baterías pesa al menos 5 kilos menos.
- Uuuuuuuhhhh uuhhhhhh en lenguaje wookiee significa me estoy cagando.
Perdón, ¿alguien me puede dejar el protocolo?
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