Antoñito
solo madrugaba una vez al mes. Solo tenía una obligación al mes. La misma
rutina que se repetía todos los meses: comprobar y retirar de su sucursal
bancaria, a primerísima hora de la mañana su pensión no contributiva el mismo
día que se la ingresaban.
Antoñito
se levantaba y literalmente se encaminaba a su banco y digo bien, literalmente, porque
Antoñito no necesitaba cambiarse de ropa, ya se acostaba vestido, no necesitaba
ducharse porque aun hacia mucho frío, no necesitaba desayunar porque su
desayuno no estaba en casa, lo encontraba en la calle.
Pero
hoy la rutina de Antoñito se convertiría en novedad, desagradable novedad. A la
salida de la sucursal, se encontró con una deuda pendiente. Dos, uno a su izquierda
y otro a derecha. Lo sujetaron, él ni se inmutó, no serviría de nada, el
tercero, el de los guantes de látex, requisó su pensión aunque por supuesto no
cubría gastos, así que decidió quitarle lo único que medio tenía valor: su
vida. Le asestó dos certeras puñaladas en el tórax, justo donde se aloja el
corazón.
Antoñito
llego a urgencias no con su rutinaria retahíla de demandas y derechos. Hoy llamaba
la atención su quietud. Lo único que parecía tener vida, una de sus mortales
heridas, de la que aún brotaba sangre, con la parsimonia que brota el café de
una cafetera italiana.
Se
pusieron en marcha los diferentes procedimientos: el de parada cardiorespiratotia,
el de neutomorax; se aplicaron todas las medidas necesarias: masaje,
adrelanina…hasta que se tomo la decisión más difícil: no hacer nada, porque ya
no había nada que hacer. Su muerte nos dejo un sabor amargo que se disipó tan rápidamente como desaparece el
amargor del primer sorbo de un café solo sin azúcar.
Ese
amargor se convirtió en indiferencia, y la indiferencia en una rutina que se
repetía de nuevo: Otro sudario, otro cuerpo inerte. Indiferencia que pareció
contagiarse a la familia, ni una lágrima ni un lamento.
Saltándose
a la torera el procedimiento que impide ver el cuerpo en caso de muerte violenta
hasta valoración por el juez, la madre entró en la sala, le retiró la dentadura
postiza, herencia de su padre y un comentario: “Qué pena, con la paguita tan
buena que tenía”, sirvió de despedida.
Hoy
he vivido la muerte de Antoñito con la misma indiferencia con la que me tomo mi
café todas las mañanas, quizás porque Antoñito llevase ya muchos años muerto en
vida, quizás por que la muerte se este convirtiendo, como mi café matutino, en
una rutina.
Bufffff....Hoy esta historia me pilla flojilla, por tener a mi abuela en el hospital...Esperemos que sus últimos años disfrutara...Muchos jubilados tienen la mala costumbre de retirar su pensión mensual en efectivo y no saben el riesgo que corren.
ResponderEliminarBesos
Noelia muchisimo animo y si necesitas algo de un pequeño enfermero aqui me tienes
EliminarNoelia muchisimo animo y si necesitas algo de un pequeño enfermero aqui me tienes
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EliminarTe haría muchísimas preguntas que posiblemente tú pudieras responderme....
EliminarAqui estoy pa.lo q.necesites
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