Después de algunos días en
aquella unidad de pediatría, aprendí que los niños lloran mucho y hacen
continuamente pipí y caca. Se me olvidaba, también he aprendido el
complicado uso de un utensilio médico: el depresor lingual. Ese palito de madera
que se usa para valorar la boca y la garganta, sí, el mismo que nos regalaba
nuestro pediatra. He rehusado anotar en mi cuaderno de chuletas de enfermería
estos vastos conocimientos. Con esta potente base científica me enfrenté a mi
nuevo destino, una unidad de medicina interna en la que los pacientes, a pesar
de superar con creces la edad de los niños, también lloraban mucho
y se hacían continuamente pipí y caca. Y justamente para recoger
muestras de heces es para lo que, en esta unidad, se usaba el depresor lingual.
Tras clavar en innumerables ocasiones ese instrumento de madera en un pañal
rebosante, entenderéis por qué dejé de comer esos típicos helados de polo con
palito.
Descubrí que el depresor tenía múltiples e innumerables usos, tanto para la
boca como para el culo. Casi llegué a creer que serviría para todo y podía
salir de mi asombro cuando posteriormente me enviaron a la consulta de
digestivo en la que aquí el depresor se utilizaba para evitar que una puerta
carente de pomo se cerrase. Con el depresor y un buen esparadrapo no hacía
falta arreglar la puerta. Añadir a este uso el aprendizaje: poner sellos,
cumplimentar recetas médicas y nombrar a los pacientes para que pasen a la
consulta.
Tras un mes eterno desempeñando está especializada labor me destinaron a un
servicio de urgencias. Aún recuerdo esa madrugada con temblor de piernas, y es
que sobre las 07:00 horas, a falta de una hora para finalizar el turno, llegó
una ambulancia. La cara blanca y sudorosa del conductor rápidamente se me
contagió. En camilla bajaba una mujer con la barriga muy inflamada como nunca
antes yo había visto; piernas abiertas y dejando entrever lo que hasta entonces
yo estaba acostumbrado a ver con unas dimensiones de escasos centímetros y en
ese momento, no exagero, superaba los 15 cm y dejaba ver una especie de bola
recubierto de pelo. Si había alguna duda, la futura madre nos la despejó: “¡ya está aquí!”.
Llamamos al médico que se
encontraba en sus aposentos. La auxiliar me ofreció unos guantes de látex. Viendo
la potencia con la que esa madre empujaba y la redondez de esa cabeza hubiese
preferido unos guantes de portero, eso iba a salir de ahí disparado.
“¿Qué quieres?”, me espetó
mi compañera. Y yo, sin tener ni idea, grité: un depresor lingual. ¿Cómo me
respondió?:
- Sí, un depresor lingual, eso sirve para todo.
Hoy me doy cuenta que no soy un enfermero, soy un depresor lingual, pretenden
que sirvamos para todo, pero creo que lo que está hecho para explorar la boca no
debe usarse para el culo. ESPECIALIZACIÓN ENFERMERA YA.
Suerte que son de un solo uso!!! Buen fin de semana!
ResponderEliminarJajaja si menos mal saludos
EliminarTiene más utilidades que una navaja suiza... lo que hace la tecnología del depresor, jejeje
ResponderEliminarJajaj tecnologia.punta punta
EliminarDadme un depresor lingual y esparadrapo y moveré el mundo, no era así?
ResponderEliminarDesde abrir taquillas, a untar Furacine en una quemadura, o la mantequilla en una tostada, que nunca se sabe.
Desde tirar líneas en una gráfica a servir de improvisada chuleta en la que llevar todos los teléfonos, sirven para todo.
Especialidades ya, pero de verdad, con sus prácticas reales, que estamos ya de expertos y másteres que no han visto un paciente en su vida.
Ánimo!
Toda una leccion compañero
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