Por
el escaso volumen de trabajo, eran codiciadas las guardias en ese pequeño consultorio
de aquel pueblo que apenas superaba los dos mil habitantes repartidos en no más
de siete calles.
A
las 08:00 horas ya tenía en mi poder la lista de asistencias domiciliarias: Francisca
Fernández, calle Nueva Nº 17, cura talón
derecho; Andrés Herrero, calle Caño Nº 5, inyectable Inzitan… y así hasta unos doce pacientes.
A
las 08:50 horas aún buscaba la calle Nueva y a Francisca. A las 09:15 horas,
hasta los cojones, me enteré de que la calle Nueva era conocida como la calle
del Ayuntamiento y a Francisca se la conocía como “la Tuerta”. No hizo falta
que le preguntase el nombre, me abrió la puerta una señora con un ojo verde
turquesa que no iba a juego con el derecho, en su lugar un hueco.
-
“Corta, tráeme el medicamento, el Inzitan”.
Tardó
varios minutos y se presentó primero con una ampolla de nolotil, después con
otra de voltarem, hasta que decidí ir yo mismo a buscarlo. Encontré la caja con
la leyenda: “pa pinchárselo a mi hermano
cuando le duela el lomo”. En ese momento supe que lo de corta hacía referencia
al nivel de entendimiento. “El Corto”, al bajarse los calzoncillos para
administrarle el medicamento, me permitió ver una flora y una fauna desconocida
por mí, creo que si esta zona se estudiase al microscopio tendría más bichos
que una charca.
A
las 12:30 horas deambulaba como un perro perdido a sabiendas de que Antonia
Hernández no se llamaría así. Efectivamente. Era “la Papa Noel”. Al abrirme, al fondo se escuchaban villancicos
flamencos, en pleno Abril. Su casa decorada al más puro estilo de la decoración
navideña de una tienda de chinos cualquiera. Guirnaldas de todos los colores
rodeaban los cuadros, un belén, un árbol y lo peor es que después de la cura me
ofreció un típico dulce navideño. De nada sirvieron las excusas. Después de
dudar entre la hojaldrina y el mantecado de limón, me decanté por el rosco de
vino que era lo único que no había caducado.
A
las 13:30 horas me llamaron del consultorio, que dónde estaba, simplemente le
dije que aún me quedaba visitar al “Tartaja”,
a “la Marisco” (es el olor que
desprende esta señora…), “el Sinsentío”…
Después
de varios días en este consultorio ya me había integrado: perdí mi nombre, mis
apellidos y mi profesión. En el pueblo me llamaron “el cartero” por las vueltas
que daba; en el consultorio simplemente google
maps o como lo pronuncia la administrativa: el gumer man. Y yo simplemente paso, junto a la trabajadora social,
las horas muertas viendo el Sorteo del Niño del año 2007 grabado en cinta VHS
en casa de “la Papa Noel”.
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