El quirófano era la piedra angular, la columna que
sustentaba la economía de ese hospital privado, todos los demás servicios
anexos carecían de importancia. En esos anexos me encontraba yo concretamente
en la unidad de medicina interna y pacientes terminales, apodada por los
superenfermeros de quirófano la planta de los limpiaculos.

Yo fui el último en llegar. Odiaba a muerte esos días de
refuerzo: “estás tonto, no sirves para
estar aquí, necesitamos un refuerzo no un estorbo, el que vale vale y el que no
a limpiar culos…”