El quirófano era la piedra angular, la columna que
sustentaba la economía de ese hospital privado, todos los demás servicios
anexos carecían de importancia. En esos anexos me encontraba yo concretamente
en la unidad de medicina interna y pacientes terminales, apodada por los
superenfermeros de quirófano la planta de los limpiaculos.
Los lunes, martes y jueves un enfermero limpiaculos se
trasladaba parte de la mañana a reforzar quirófano. Y aquí pasaba igual que en
el reino de los cielos: los últimos serán los primeros. Los últimos que
llegaron serán los primeros que saldrán a reforzar quirófano.
Yo fui el último en llegar. Odiaba a muerte esos días de
refuerzo: “estás tonto, no sirves para
estar aquí, necesitamos un refuerzo no un estorbo, el que vale vale y el que no
a limpiar culos…”
Sobre las 12:00 horas terminaba el refuerzo y volvía allí.
El olor del pasillo a colonia de bebés, galleta
para diabéticos y pañal usado me indicaba que ya estaba en casa: hogar
dulce hogar. En la 120 Paco muriéndose, en la 122 Ana gritando, en la 123 la Manoplas,
una paciente de 45 años, sufría un síndrome raro que le provocaba déficit motórico
y cognitivo. Apodada así porque estaba continuamente tocando y manoseando todo.
Hoy trasteaba un desafortunado regalo recibido, una caja de bombones: delicias
del mar. Figuritas de chocolate que representaban animales marinos.
Desafortunado porque era diabética así que lo único que podía hacer con los
animalitos de chocolate era lamerlos, manosearlos, metérselos en su ropa
interior si justo dentro del pañal, bajos sus pechos, axilas y demás partes de
su anatomía que mejor no referenciar.
Cuando la Manoplas se cansó de jugar con ellos y las
figuritas estaban en el preciso momento en que empiezan a derretirse, la
generosa madre decidió ofrecérnoslos en reconocimiento a nuestra labor. Las indicaciones del manoseo
frenaron en seco los intentos de engullirlos.
Decidimos guardarlos y a la mañana siguiente los dejé en el estar
de los superenfermeros de quirófano, con una tarjeta: “gracias por todo”. Los buitres disfrazados de verde tardaron
poco en caer sobre los animalitos de chocolate. No tenia precio ver como se
comían los bombones que previamente anidaron en partes nobles y no tan nobles y
menos higiénicas de la Manoplas. Lo mejor el anestesista, un ser malo: “de que
marcan son tienen un ligero sabor salado”. No me puede reprimir : “creo que son
bombones ahumados”.
Esa mañana casi puedo decir que disfruté en quirófano. Pero
si en algo se caracteriza un hospital es que los secretos no existen y pronto
supieron el origen del sabor ahumado de los bombones.
Gracias a la Manoplas el personal de quirófano y nosotros
tenemos algo en común: nos odiamos mutuamente y si nosotros limpiamos culos
ellos se los comen. Después de esto solo puedo afirmar que el infierno existe y
se llama quirófano.
opppssss....nunca volveré a ver los bombones delicias de mar de la misma manera, con lo que me gustaban! Jamás te lo perdonaré ;-)
ResponderEliminarjajaja disculpa Noelia no te contaré entonces donde se escodía los guisantes.
ResponderEliminarsaludos.
Jamás como nada en el Hospital que no haya llevado yo.
ResponderEliminarJamás como nada que no esté precintado.
He visto cosas que no creeríais...
Impresionante como siempre. Con ganas de más crónicas como esta.
Salute
jajaja Buenismo!! Ole tu!
ResponderEliminarMaaasss por favooor
ResponderEliminarYo también quiero (no bombones ahumados, sino historias nuevas)
ResponderEliminar¡Queremos más historias! =D
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