Ingresó acompañado de su esposa, una enfermedad terminal y
un halo de misterio que provocaba en unos rechazo, en otros respeto y en mí,
simplemente miedo.
En aquellos años de bonanza sanitaria se procuraba una
habitación individual a los pacientes en su situación. Se les permitía incluso
acomodarla, decorarla a su antojo. Algo de lo que se ocupó su esposa
multiplicando, si cabe, el rechazo, el respeto y en mí, el miedo, que se
convirtió en terror; y es que de un lado el propio paciente, con sus ojos ni
cerrados ni abiertos, con una mirada a la vez profunda a la vez inexpresiva, como
los de una muñeca de porcelana. Nunca hablaba, nunca respondía, solo observaba.
De otro lado, esa decoración…La esposa se afanaba,
infructuosamente, en amortiguar ese olor a muerte con un ambientador a rosas
frescas que también hacía las veces de desodorante sobre el propio cuerpo del
paciente. Resultaba tétrica la decoración de la cabecera de la cama: un
centenar de estampas, fotos y reliquias de santos, vírgenes, cristos, monjas…
Aquella tarde entré en ese “santuario” donde hasta la muerte
olía diferente. Fui acompañado de un tensiómetro digital en prueba, lo
estrenaba con este paciente. No dudo de la eficacia de este aparato en un
paciente sano, pero, en uno, cuya tensión y frecuencia cardiaca eran tan
débiles, suponían una ardua tarea. Otra vez el mensaje de error en la pantalla
del dichoso aparato: EE1 (fallo de inflado manguito), EE2 (fallo posición
manguito). Lo coloqué una tercera vez y para distraerme fijé mi mirada en las
tétricas fotos del cabecero, reparando especialmente en una, un hombre con una
túnica blanca. Era el propio paciente aunque algo más joven. También él se
percató de mi descubrimiento, me agarro mi muñeca con la fuerza que puede
hacerlo un enfermo terminal y me dijo con voz de muerte:
-
Ese soy yo. Soy un santón un
curandero. Leo las coyunturas (haciendo referencia a las articulaciones): Tú
eres el tercero de la cuarta. En este hospital te querrán, pero tú, por propia
iniciativa te marcharás, este no es tu sitio. Ahora vete, sal de mi habitación.
Salté como un gato arrancando el tensiómetro de su brazo con
la leyenda EE1, pero me daba igual.
A la tarde siguiente entré esa habitación, el ambiente aún más enrarecido: el olor a
muerte había ganado definitivamente la batalla al ambientador. Ahora aparecía
un nuevo olor que procedía del sudario donde nos dispusimos a introducir el cuerpo
inerte del curandero. Un olor a plástico similar al del forro de los libros
escolares nuevos.
Tardé mucho tiempo en borrar de mi mente esa cara inerte en
el interior del sudario; sus ojos no estaban cerrados ni abiertos y aunque no
tenían vida, parecía que no dejaban de observar. También introdujimos por
expreso deseo de la esposa aquellas estampas y fotos vírgenes.
Tardé mucho tiempo en olvidar ese característico olor,
mezcla de muerte, ambientador y plástico. Lo que aún no he olvidado es que
ciertamente soy el tercero de la cuarta: el tercer hijo de la cuarta hija. Al
mes mi hicieron indefinido en aquel hospital privado (en este hospital te
querrán) y ciertamente seis meses más tarde me marché (por propia iniciativa te
marcharás).
Y ciertamente, aún hoy sigo buscando mi sitio e intentando
borrar aquel episodio de mi vida.
Me he quedado ojiplática!
ResponderEliminarSaludos!
Pdta. Podrias escribir relatos o una novela, se te da de fabula.
Noelia me siento totalmente halagado gracias gracias
EliminarMadre mía... si el enfermo se parecía mínima mente al de la foto, normal que te fueras del hospital... ¿De cuál? Por cierto, eso nunca lo has dicho... jjejejje
ResponderEliminarEl curandero dl q yablo es menos famoso q ese. Algun dia cd encuentre mi sitio te dire d q hospital se trata. saludos
EliminarJolin!! Me has deajado "patidifusa" con la historia!!
ResponderEliminarManuela real real saludos
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