Si mientras el resto de alumnos estaba nervioso por conocer
el destino de las prácticas (una UCI, quirófano, urgencias...) yo lo úncio que
deseaba es que no me tocase la planta de mi madre.
A estas alturas, no es necesario que os diga que mis deseos
no se cumplieron. El día previo a la incorporación ya recibí una serie de recomendaciones
maternas: vente limpito, afeitadito, el uniforme bien planchadito, trae tu boli
de 4 colores, tu libreta, un fonendo, unas tijeras, rotulador…
Allí estaba a las 08:00 horas en punto. Más que un
estudiante de enfermería parecía un representante de ortopedia con un fonendo,
tijeras y esparadrapo ocupando los múltiples bolsillos de mi uniforme (bien
planchadito).
Me sorprendió. En lugar de mi madre me encontré con Antonia,
la auxiliar. Sin más le dijo a sus compañeros: “Dejadme a este a mí hoy, que le voy a enseñar la enfermería pero desde
cero, desde donde se tiene que empezar la enfermería”.
Con toda su intención me introdujo en una habitación donde se
encontraba una anciana postrada en la cama. Empezamos a asearla, mientras
recibía sorprendido, las recomendaciones de cómo mover a un paciente encamado.
Unos apósitos de grandes dimensiones cubrían enormes heridas en los glúteos y
espalda, de los que emanaban un insoportable hedor.
“Y ahora te quedas
aquí y ayudas a la enfermera a curar las heridas”. Cuando la enfermera
retiro las gasas de aquellas lesiones e introducía casi el puño entero en esas
cavernas de carne purulenta, mi estómago se encogió, un pitido bilateral de
oídos impedía oír las explicaciones de la enfermera y un sinfín de lucecitas de
colores nublaron mi vista.
De mi sueño, de mi letargo, me despertó una voz conocida, mi
madre gritándome: “¡¡¡Esto no lo he visto
en todos los años de trabajo!!!”. Y es que ciertamente había sufrido un
síncope (perdida de brusca de la conciencia, un desmayo), eso no era lo
extraordinario, la novedad es que caí literalmente encima de la paciente.
Del aseo del paciente pase a realizar una técnica de
enfermería, una gasometría. Haciendo un símil, es como pasar de manejar un
triciclo a intentar pilotar un fórmula 1. “Con
el dedo de una mano localizamos el pulso arterial de la muñeca del paciente con
la otra mano jeringa cogida como un bolígrafo pinchamos sobre el pulso, la
presión de la sangre de la arteria empuja al embolo de la jeringa…”.
Y allí estaba pinchando sobre la arteria, pero sin rastro de
sangre, los gritos del paciente, la falta de sangre y como no, el aliento de mi
madre sobre mi nuca, provocaron la ya conocida sensación anterior: otro
síncope. Esta vez no me amortiguó el paciente, lo hizo directamente el suelo.
Gracias a esta incontrolable respuesta fisiológica perdí mi apodo
de aquellos días (el hijo de Antonia de la octava izquierda) por el del “el
síncopes”.
Al finalizar las prácticas recibí dos regalos, de parte de
los compañeros de mi madre un casco, para usar a modo de chichonera y el otro
de mi madre: una formación que jamás nadie en toda mi carrera profesional ha
conseguido superar:
Mi madre me enseñó que esta profesión se aprende casi
siempre así, a ostias, o en mi caso a síncopes.
Me enseño a tratar al paciente de la cama 801 no como al
paciente de la 801 sino como a Juan.
Me enseño a tener en cuenta a esa persona que es familiar de
Juan: a cuidar al cuidador.
Estoy enganchada a este blog, espero tus publicaciones con ansia :). Hasta hora en todos los artículos que he leido me he sentido un poquito identificada. BRAVO!
ResponderEliminarHalagado y agradecido Eva de que estes por aqui seguro q tu puedes aportar mil y una historia. Gracias Eva saludos.
Eliminarpor desgracia sólo tengo historias de prácticas ya que no he tenido todavía la oportunidad de ejercer, dada la situación :(. Pero bueno la esperanza es lo último que se pierde, así que algún día seguro que tendré mil y una. un saludo :)
EliminarEva seguro q ese dia esta cercano animo y paciencia.
EliminarTodos hemos tenido un primer momento así.
ResponderEliminarCaer al suelo no, pero echar todo lo que tenías en el estómago, o no ser capaz de comer o beber nada solo con el recuerdo de lo visto, y los olores experimentados...
Que sepas que al final, siempre consigues emocionarme, por que yo soy de los que tiene claro que Juan, el de la 801, siempre tiene que ser tratado como Juan, o al menos eso es lo que yo intento.
Gracias Manolo tu si q me emocionas con tus comentarios.
EliminarQue grande tu madre!!!!
ResponderEliminarSi es que me parto con lo que cuentas....
Saludos!
Pero grande grande Noelia saludos
EliminarComo siempre genial!! Y tu madre la más!!
ResponderEliminarSigue por favor llamando a Juan por su nombre!!
Gracias Manuela.
EliminarLo intento tuve buena maestra. Saludos.
En la experiencia está el saber... jajajaja, muy buen post, como siempre!
ResponderEliminarToda la.razon gracias Lucia.
EliminarHola, sigo tu blog desde hace unos meses pero no me había decidido a escribir.
ResponderEliminarYo puedo hablar desde las dos posiciones, como la enfermera novata que fui y como la madre de estudiante de enfermería que soy. Me he desmayado unas cuantas veces, en la más memorable nos desmayamos la señora a la que intentaba desesperadamente sacar sangre y yo, por simpatía.
Espero trasmitir a mi hija lo mismo que hizo tu madre contigo, trabajamos con personas y no con números. Me da miedo que aprenda a base de hostias, pero me temo que en nuestra profesión así son las cosas.
Sigue haciéndonos reir y emocionándonos tanto. Un saludo :)
María
Gracias maria tu testimonio me ha emocionado seguro que tu hija con una madre como tu amortigua mas d una hostia. saludos compañeras
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