Por
el escaso volumen de trabajo, eran codiciadas las guardias en ese pequeño consultorio
de aquel pueblo que apenas superaba los dos mil habitantes repartidos en no más
de siete calles.
A
las 08:00 horas ya tenía en mi poder la lista de asistencias domiciliarias: Francisca
Fernández, calle Nueva Nº 17, cura talón
derecho; Andrés Herrero, calle Caño Nº 5, inyectable Inzitan… y así hasta unos doce pacientes.
A
las 08:50 horas aún buscaba la calle Nueva y a Francisca. A las 09:15 horas,
hasta los cojones, me enteré de que la calle Nueva era conocida como la calle
del Ayuntamiento y a Francisca se la conocía como “la Tuerta”. No hizo falta
que le preguntase el nombre, me abrió la puerta una señora con un ojo verde
turquesa que no iba a juego con el derecho, en su lugar un hueco.
-
“Corta, tráeme el medicamento, el Inzitan”.
Tardó
varios minutos y se presentó primero con una ampolla de nolotil, después con
otra de voltarem, hasta que decidí ir yo mismo a buscarlo. Encontré la caja con
la leyenda: “pa pinchárselo a mi hermano
cuando le duela el lomo”. En ese momento supe que lo de corta hacía referencia
al nivel de entendimiento. “El Corto”, al bajarse los calzoncillos para
administrarle el medicamento, me permitió ver una flora y una fauna desconocida
por mí, creo que si esta zona se estudiase al microscopio tendría más bichos
que una charca.