lunes, 23 de enero de 2012

Españoles, Felipe ha muerto

A las 19:00 horas  se activó el equipo de urgencias extra-hospitalarias  para atender  en domicilio a un paciente oncológico incapaz de controlar su dolor con el tratamiento prescrito. Los pacientes con cáncer en estos estadios de  enfermedad padecen un dolor insufrible. Para su control se utilizan analgésicos muy potentes tipo morfina y en ocasiones precisan sedación  con fármacos como el midazolan.
La  muchedumbre congregada en ese pequeño y sucio domicilio, las frases poco incentivadoras  tipo: “cómo se muera mi papa sus mato”, “cómo se muera mi papa sus arranco los ojos y los hígados  y los molestos, agudos ladridos de un animal híbrido de chiguagua y rata sin pelo ataviado con un traje de lana de la bandera de España, provocaron en mi un miedo imposible de disimular, somatizado con un temblor de manos que hizo que  una ampolla de midazolan se me cayera y estallase al impactar contra el suelo, como pude, disimulando, recogí con mi pie los  cristales, de la recogida del líquido se encargo el mini-perro. Acto que pasó inadvertido por la familia.
Hice el cálculo rápidamente: para dormir a un adulto de unos 70 Kg bastan 5 mg  y el perro que no llega a  los 2 kg ha lamido unos 15 mg este también dormiría, pero eternamente. ¿De cuánto tiempo disponíamos hasta que el puto perro se fuese al infierno?, ¿cuánto tiempo tardarían en sacarnos los ojos? ¿Cuántos hígados tiene una persona?
Lo primero que percibí fue que de las tres amenazas, familia, frases y ladridos, solo quedaban dos. Los ladridos habían cesado. Al salir de la habitación, busqué con la mirada al animal, lo encontré con su cabeza gacha, imposible de seguir una trayectoria recta encontró refugio en la esquina del pasillo donde cayó desplomado. Aun movía el tórax, lentamente, pero lo movía cuando salimos.
El medico: “Corre, cabrón, que te has cargado al perro”. El impacto de una maceta con dos preciosos geranios rojos a unos escasos 50 centímetros de la ambulancia puso de manifiesto que el secreto ya era de dominio público.
Nos avisaron del centro coordinador de urgencias, habían recibido numerosas y amenazadoras llamadas. El paciente, Felipe había fallecido.
Aun hoy se siguen riendo en el centro coordinador, ni el paciente había muerto ni se llamaba Felipe, nombre con el que bautizaron al difunto perro.

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