miércoles, 20 de junio de 2012

Lagarta justiciera

En el 2000 y poco la crisis llegó a ese hospital privado y la “buena nueva” no tardo en darse a conocer: reducción de sueldo y supresión del 100% de la paga extraordinaria de junio.

La ira, el odio y la indignación alcanzaron cotas insospechadas al coincidir la medida  con la construcción de una suntuosa fuente en el vestíbulo del hospital, de dimensiones parecidas a la piscina infantil de un parque acuático. En la zona central de ese manantial artificial, una bandada de gansos parecía elevar el cuerpo de un niño, y éste, a su vez, alzaba a un último ganso que con sus alas desplegadas iniciaba el vuelo; de su pico a las 07:00 horas emanaba un chorro de agua que caía en forma de palmera, a las 07:05 horas se activaban desde el borde múltiples chorros que caían  en forma de parábola, creando en conjunto un bonito espectáculo.

Era conocida como la Fontana di Trevi ya que alguien, queremos pensar que un paciente, arrojó una moneda, gesto repetido por un infinito número de pacientes y familiares. Esta conducta extendida nos vino muy bien, todas las noches a las 03:15 horas, coincidiendo con la ronda exterior del vigilante, bajábamos y expoliábamos la fontana para invitarnos a café y chocolatinas de las máquinas expendedoras.

Pero esto no paliaba la rabia de mi compañera auxiliar Antonia que pedía más, y esta noche llevaría a cabo su venganza, eligiéndome como vasallo para su cruzada. De su bolso extrajo un bote de lavavajillas de 750cc marca Lagarto. A las 03:15 horas bajamos rápido a la fuente, y no para robar monedas precisamente. Monté a hombros a mi compañera, bajita pero fuerte por no decir gordita. Con mis pies descalzos, pantalón remangado y con esa pesada carga sobre mí, me dirigí con grandes dificultades, el suelo de la fuente resbalaba, al centro de la fontana. Cuando llegamos Antonia asió al último ganso por el cuello y le introdujo el bote de lavavajillas, cebándolo con todo su contenido.

Eran ya casi las 07:00 horas, y las analíticas de los pacientes tendrían que esperar. Antonia y yo nos agazapamos en el ángulo muerto de la escalera que daba acceso al vestíbulo para observar el incipiente espectáculo. La decepción de las 07:00 horas dio paso al entusiasmo de las 07:02 horas cuando un volumen importante de espuma se extendía por el niño, los gansos y  toda la fuente. Volumen que se multiplicó por dos al activarse los chorros de las 07:05. A las 07:30 la espuma casi rozaba la puerta principal y  a las 07:40 el personal de mantenimiento paró el mecanismo de la fuente. A las 08:10 horas el director del centro pidió para nuestra sorpresa la cinta de grabación de la cámara de seguridad colocada justo encima de la fuente, algo a todas luces desconocido para nosotros.

Al llegar a casa pensé en la cara del director al ver las imágenes de mi compañera y mías alimentando al ganso y el posterior castigo, o despido no se lo que se me pudo pasar por la cabeza.

No pude descansar. Volví a trabajar esa misma noche, ¿quizás la última? No había mensajes para mí, ni llamadas perdidas en mi móvil… ¿Me llamaría el director a la mañana siguiente?

El vigilante me debía un favor, estuve todo un mes curándole un desagradable y purulento forúnculo anal y me permitió visionar las imágenes, la malísima calidad de la grabación era evidente: no se podía ni si quiera ver a  dos personas una sobre la otra, parecía una amorfa figura humana tipo yeti con peluca negra moviéndose torpemente por la fuente y estrangulando al inocente ganso.

No hubo represalias y Antonia fue conocida en el reducido círculo de la noche hospitalaria como “la lagarta” en honor a la marca del lavavajillas justiciero.

A partir de ese día en mi cocina no falta el lavavajillas Lagarto no sólo por su poder anti-grasa también por su poder anti-fuente, ya que ésta  dejo de funcionar  esa misma mañana para al  poco tiempo ser desmantelada, todos queremos creer que fue gracias a la acción de Antonia.

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