jueves, 14 de marzo de 2013

El tercero de la cuarta


Ingresó acompañado de su esposa, una enfermedad terminal y un halo de misterio que provocaba en unos rechazo, en otros respeto y en mí, simplemente miedo.

En aquellos años de bonanza sanitaria se procuraba una habitación individual a los pacientes en su situación. Se les permitía incluso acomodarla, decorarla a su antojo. Algo de lo que se ocupó su esposa multiplicando, si cabe, el rechazo, el respeto y en mí, el miedo, que se convirtió en terror; y es que de un lado el propio paciente, con sus ojos ni cerrados ni abiertos, con una mirada a la vez profunda a la vez inexpresiva, como los de una muñeca de porcelana. Nunca hablaba, nunca respondía, solo observaba.

De otro lado, esa decoración…La esposa se afanaba, infructuosamente, en amortiguar ese olor a muerte con un ambientador a rosas frescas que también hacía las veces de desodorante sobre el propio cuerpo del paciente. Resultaba tétrica la decoración de la cabecera de la cama: un centenar de estampas, fotos y reliquias de santos, vírgenes, cristos, monjas… 

Aquella tarde entré en ese “santuario” donde hasta la muerte olía diferente. Fui acompañado de un tensiómetro digital en prueba, lo estrenaba con este paciente. No dudo de la eficacia de este aparato en un paciente sano, pero, en uno, cuya tensión y frecuencia cardiaca eran tan débiles, suponían una ardua tarea. Otra vez el mensaje de error en la pantalla del dichoso aparato: EE1 (fallo de inflado manguito), EE2 (fallo posición manguito). Lo coloqué una tercera vez y para distraerme fijé mi mirada en las tétricas fotos del cabecero, reparando especialmente en una, un hombre con una túnica blanca. Era el propio paciente aunque algo más joven. También él se percató de mi descubrimiento, me agarro mi muñeca con la fuerza que puede hacerlo un enfermo terminal y me dijo con voz de muerte:

-       Ese soy yo. Soy un santón un curandero. Leo las coyunturas (haciendo referencia a las articulaciones): Tú eres el tercero de la cuarta. En este hospital te querrán, pero tú, por propia iniciativa te marcharás, este no es tu sitio. Ahora vete, sal de mi habitación.

Salté como un gato arrancando el tensiómetro de su brazo con la leyenda EE1, pero me daba igual.

A la tarde siguiente entré esa habitación,  el ambiente aún más enrarecido: el olor a muerte había ganado definitivamente la batalla al ambientador. Ahora aparecía un nuevo olor que procedía del sudario donde nos dispusimos a introducir el cuerpo inerte del curandero. Un olor a plástico similar al del forro de los libros escolares nuevos.
Tardé mucho tiempo en borrar de mi mente esa cara inerte en el interior del sudario; sus ojos no estaban cerrados ni abiertos y aunque no tenían vida, parecía que no dejaban de observar. También introdujimos por expreso deseo de la esposa aquellas estampas y fotos vírgenes.
Tardé mucho tiempo en olvidar ese característico olor, mezcla de muerte, ambientador y plástico. Lo que aún no he olvidado es que ciertamente soy el tercero de la cuarta: el tercer hijo de la cuarta hija. Al mes mi hicieron indefinido en aquel hospital privado (en este hospital te querrán) y ciertamente seis meses más tarde me marché (por propia iniciativa te marcharás).

Y ciertamente, aún hoy sigo buscando mi sitio e intentando borrar aquel episodio de mi vida.

6 comentarios:

  1. Me he quedado ojiplática!
    Saludos!

    Pdta. Podrias escribir relatos o una novela, se te da de fabula.

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  2. Madre mía... si el enfermo se parecía mínima mente al de la foto, normal que te fueras del hospital... ¿De cuál? Por cierto, eso nunca lo has dicho... jjejejje

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    1. El curandero dl q yablo es menos famoso q ese. Algun dia cd encuentre mi sitio te dire d q hospital se trata. saludos

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  3. Jolin!! Me has deajado "patidifusa" con la historia!!

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