viernes, 28 de junio de 2013

Antoñito, punto final

Antoñito solo madrugaba una vez al mes. Solo tenía una obligación al mes. La misma rutina que se repetía todos los meses: comprobar y retirar de su sucursal bancaria, a primerísima hora de la mañana su pensión no contributiva el mismo día que se la ingresaban.

Antoñito se levantaba y literalmente se encaminaba a su  banco y digo bien, literalmente, porque Antoñito no necesitaba cambiarse de ropa, ya se acostaba vestido, no necesitaba ducharse porque aun hacia mucho frío, no necesitaba desayunar porque su desayuno no estaba en casa, lo encontraba en la calle.

Pero hoy la rutina de Antoñito se convertiría en novedad, desagradable novedad. A la salida de la sucursal, se encontró con una deuda pendiente. Dos, uno a su izquierda y otro a derecha. Lo sujetaron, él ni se inmutó, no serviría de nada, el tercero, el de los guantes de látex, requisó su pensión aunque por supuesto no cubría gastos, así que decidió quitarle lo único que medio tenía valor: su vida. Le asestó dos certeras puñaladas en el tórax, justo donde se aloja el corazón. 

Antoñito llego a urgencias no con su rutinaria retahíla de demandas y derechos. Hoy llamaba la atención su quietud. Lo único que parecía tener vida, una de sus mortales heridas, de la que aún brotaba sangre, con la parsimonia que brota el café de una cafetera italiana.

Se pusieron en marcha los diferentes procedimientos: el de parada cardiorespiratotia, el de neutomorax; se aplicaron todas las medidas necesarias: masaje, adrelanina…hasta que se tomo la decisión más difícil: no hacer nada, porque ya no había nada que hacer. Su muerte nos dejo un sabor amargo que se  disipó tan rápidamente como desaparece el amargor del primer sorbo de un café solo sin azúcar.

Ese amargor se convirtió en indiferencia, y la indiferencia en una rutina que se repetía de nuevo: Otro sudario, otro cuerpo inerte. Indiferencia que pareció contagiarse a la familia, ni una lágrima ni un lamento.

Saltándose a la torera el procedimiento que impide ver el cuerpo en caso de muerte violenta hasta valoración por el juez, la madre entró en la sala, le retiró la dentadura postiza, herencia de su padre y un comentario: “Qué pena, con la paguita tan buena que tenía”, sirvió de despedida.


Hoy he vivido la muerte de Antoñito con la misma indiferencia con la que me tomo mi café todas las mañanas, quizás porque Antoñito llevase ya muchos años muerto en vida, quizás por que la muerte se este convirtiendo, como mi café matutino, en una rutina.

7 comentarios:

  1. Bufffff....Hoy esta historia me pilla flojilla, por tener a mi abuela en el hospital...Esperemos que sus últimos años disfrutara...Muchos jubilados tienen la mala costumbre de retirar su pensión mensual en efectivo y no saben el riesgo que corren.

    Besos

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    1. Noelia muchisimo animo y si necesitas algo de un pequeño enfermero aqui me tienes

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    5. Te haría muchísimas preguntas que posiblemente tú pudieras responderme....

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