jueves, 11 de julio de 2013

Por qué me odia la Porfavor


Algo muy habitual en esta profesión es compartir el vehículo para trasladarse al hospital. En  esta ocasión nos separaban 60 Km y  como novedad contábamos con nueva compañía: “La Porfavor”. Una enfermera de treinta y pocos años, de nombre con referencias bíblicas, Magdalena; y no era lo único bíblico, su ropa pre-comunión también lo era: vestiditos de florecitas con cuellos redondos. Destacaba sobre sus dientes un corrector dental que a juzgar por su tamaño sería el primero que llegó a la península ibérica, de color plata envejecida con el que daba mordisquitos tipo rata a unas misteriosas galletitas que guardaba en una bolsa y que masticaba como lo hace un abuelo sin dientes.
 
Pero nada de eso me molestaba. Sin duda, lo peor de la Porfavor, es que nunca cedía su vehículo, nunca conducía, alegaba múltiples achaques y pluripatologías. Pero lo más insufrible de todo eran sus múltiples condicionantes no negociables: por favor baja la música que padezco hiperacusia, por favor baja el aire acondicionado que tengo bronquitis asmática, por favor tengo que ir delante de copiloto que padezco vértigos, por favor…

Ese día conducía yo y ya tenia allí a la Porfavor royendo las dichosas galletitas, sentada de copiloto y con su retahíla de por favores: baja el aire, no ruido, no corras... Hasta que se ponía el coche en marcha, momento en que se colocaba un collarín cervical y se echaba a dormir mismo momento que yo aprovechaba para bajar la temperatura, subir la música y en definitiva dar un poco de por culo, algo que me encantaba y provocaba una sonrisilla maliciosa a mis compañeros del asiento trasero. 

A unos 30 km del hospital, en la curva de siempre, hice la maniobra de habitual: entrar rápido y provocar el despertar sobresaltado de “la bella durmiente”. Pero aquel día no se produjo. La Porfavor no se inmutó, es más, de su boca entreabierta emanó un vómito acompañado de una reacción de esfínteres. Su cuerpo inerte se zarandeaba de un lado a otro como un muñeco inerte vestido de precomunión. Quizás fruto de un ambiente enrarecido por el hedor, no supimos reaccionar: los gritos de mi compañera auxiliar que contaba con multiples años de experiencia: “la Porfavor ha muerto” contrastaban con la pasmosa quietud del cuarto ocupante del vehículo: Francisco o mejor dicho el hombre de hielo o mejor aún el hombre muñeca hinchable, porque se quedó boquiabierto y con sus brazos flexionados.

Mi reacción lejos de la de un profesional fue acelerar a tope hasta llegar al hospital. Si la Porfavor no estaba muerta yo la había matado: su cabeza golpeaba el salpicadero para rebotar sobre la ventanilla una infinidad de veces. La sacamos como pudimos, su cuerpo repleto de vómitos y sus piernas tapizadas del fruto de la descomposición de vientre en forma diarreica, provocaban que su cuerpo inerte se resbalase continuamente de nuestras manos.

La Porfavor, después de una dilatada baja laboral, se ha incorporado hoy . Yo me he acordado de ella a diario, concretamente, cada vez que me monto en mi coche. Es imposible eliminar el pestazo a vomito y heces de la tapicería.

La Porfavor ha empezado como siempre: “por favor no me preguntéis nada, por favor la música, por favor…”

Y, lo siento, no me he podido reprimir, le he tenido que responder: “Y tú, por favor, no te cagues más en mi coche”. ¿Será por ese por favor por lo que me odia la Porfavor?


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