viernes, 19 de abril de 2013

Mi primer fallo profesional


Cuarto día de trabajo y sobre mis espaldas una experiencia profesional de tres. Aún no asimilaba los diferentes protocolos, procedimientos y demás menesteres de esa dichosa unidad de cirugía donde me estrené. Aquello era mucho pedir a un recién diplomado enfermero.

Pero eso no era lo peor. Mi infierno particular era mi nueva compañera, una perra mala del infierno, cuya única finalidad era putearme a base de bien. No me molestaba que continuamente me examinase, no me importaba que me dejase en ridículo ante pacientes y familiares, incluso soportaba su desagradable voz de pito, parecida al silbido de delfín Flipper. Lo que peor llevaba era esa especie de hobby: me hacía oler todo debido a que ella no tenía olfato, según me comentó, por una determinada enfermedad.

Me engañó, me decía que un enfermero debía desarrollar su olfato. Un forúnculo drenando pus, allí estaba ella diciéndome: huele; una herida infectada, más de lo mismo. En una ocasión casi me planta en la cara una cuña repleta de melenas (deposiciones negras, viscosas y malolientes debido a la presencia de sangre degradada… perdón por una explicación tan gráfica).

Al quinto día dejé de ser un enfermero para convertirme en el mejor rastreador indio a este lado del rio: melenas, pus, secreciones. Acabé especializado en el olor dulzón de la pseudomonas.
Al sexto día consiguió algo impensable, me quitó el apetito. Mi estómago se redujo a la mitad. Al sexto día simplemente era un rastreador indio con anorexia.

Al sexto día imploraba al cielo que los pacientes que ingresaban no portasen heridas infectadas, ni melenas que oler.

Al séptimo día se hizo la luz, finalizaba mi contrato con Flipper como despedida me acerque por su espalada, pegué literalmente mi nariz sobre ella y me dispuse a olerla. Se giró rápidamente y con voz de Flipper me espetó: “¿Qué haces?”. Simplemente respondí: “Desarrollar mi olfato enfermero, quiero saber a qué huele una hija de puta”.

Fue mi primer fallo profesional, finalizaba mi primer contrato y empezaba otro al día siguiente y en la misma unidad. Dejé de desarrollar mi sentido del olfato para desgraciadamente desarrollar mi sentido del gusto: durante ese segundo contrato no paré de comer mierda.

15 comentarios:

  1. Muy buena historia!!!! Casi me quitas el apetito mañanero pero ha valido la pena. Saludos y buen finde!

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    1. Gracias Noelia y sabes una cosa este finde DESCANSOOO BIENNN

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  2. jajaja. Muy bueno!!! Eso nos enseña a ir con cuidado..... Un saludo Compañero.

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  3. Ciertamente compañera Monica saludos y gracias.

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  4. hay que ser cauteloso

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    1. Por lo menos hasta q olamos al q nos rodea jajaja saludos

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  5. Por fin, una historia en la que no pones a caldo al especialista... Ya era hora, que menuda fama nos estás dando. ¡Que conste que te sigo desde hace bastante! ... a pesar de la caña que nos das.

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    1. Tienes razon pero es q los.especialistas a veces sois un pelin especiales. Gracias por estar por aqui y saludos.

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    2. Jejejeje, a ver si te pillo un día pasando consulta y vas a ver!!! Un saludo!!

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    3. Socorro noooo. Bueno almenos tendre algo mas q contar jijiji. Saludos.

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  6. ¿Por qué será que todos nos hemos encontrado con alguna tiparraca así? Normalmente, aunque me llevo de categoria con las compañeras, si alguna vez he tenido alguien que me puteaba, ha sido una mujer.
    No es misoginia, es que es real. Muy bueno tu relato.
    Un abrazo a tod@s.

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  7. Jajajajaja todo te pasa a ti! me encanta tu blog!

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